En este artículo el autor reflexiona, desde un punto de vista antropológico, por qué los humanos hacemos música, aspecto que se convierte en clave para dilucidar cómo y por qué enseñamos música. Desde esta perspectiva, la educación musical implica todo el ser humano ya que incide en su manera de vivir, a la vez que facilita la comprensión y auto-comprensión humana. Si educar significa encontrar sentido a la vida, la música tiene mucho que decir en esta dirección. Se trata, en definitiva, de una reflexión -a medio camino entre la antropología y la musicología, entre la filosofía y el arte- y que afecta muy directamente a la educación, desde la doble vertiente teorética y práctica. Además, el autor tiene bien presente en su planteamiento las recientes aportaciones de la neurociencia que complementan las consideraciones clásicas, que parten de la fórmula pedagógica platónica que descansa sobre la gimnasia para el cuerpo y la música para el alma.