El sentido común situaría los términos utopía y tragedia en polos semánticos opuestos En el terreno del pensamiento pedagógico, desde hace dos siglos, la educación se habría situado más bien en el primero de estos extremos, salvo algunas destacadas excepciones. Muy probablemente la embestida moderna, con ideas tan seductoras como las de progreso y emancipación, habría conducido aquellas pedagogías por territorios curtidos por el optimismo y la expectativa de mundos mejores, siempre de la mano de la educación como herramienta para alcanzarlos. También muy probablemente, en cambio, el hundimiento de las utopías totalizantes durante el siglo xx habría sido el síntoma de un mal endémico todavía por averiguar. La tragedia de la finitud, escondida con la modernidad, quedaría al descubierto con aquel desplome, una situación que los post-modernismos hubieran querido superar con la negación de la historia y, también, del futuro. El sujeto post-utópico emerge como alguien que no espera más que un futuro programado que no despierta ningún tipo de pasión, una verdadera tragedia para la pedagogía.