La muerte es un poderoso elemento dramático, el motor del drama por excelencia, el motivo perfecto para empujar al protagonista a la acción. Sin ella no hay relato, no hay historia, no hay, en definitiva, interés. La masacre en las escaleras de Odesa en El acorazado Potemkin, el gorila King Kong abatido por los aviones, el asesinato en la ducha en Psicosis, la desconexión de la computadora Hal en 2001, los disparos que acaban con la vida de Mary Corleone a la salida de la Ópera en El padrino III, el discurso de Roy cuando agoniza en Blade runner… Podemos afirmar que la mayoría de momentos icónicos del cine están relacionados con la muerte. Sin duda la muerte es, junto con el sexo, el recurso más fácil para atraer la atención del espectador. Pero este solamente guardará en la memoria aquellas secuencias que la presenten con grandes dosis de talento y creatividad. Sobre todo, si hay en ellas una promesa de renacimiento.